Érase una vez un pliego de papel, pegado a una pared rugosa. Apenas unos metros, pintura de colores, pinceles variopintos y paletas de cartón.

Érase una vez una mañana tímida, con un sol que jugaba al escondite y que al fin decidió quedarse.
Y érase una vez un campo enorme de rugby, donde cientos de niños jugaban peleando por defender sus colores, esos que los separaban.

En esa mañana de noviembre formamos el mejor equipo, el de la unión hace la fuerza, el de juntos somos mejores, el de contigo todo es genial.

Los nenes aparecían por las esquinas, llegaban por doquier y se paraban frente a ese pliego de papel en una pared rugosa.

– ¿Puedo pintar? Y su cara se iluminaba ante esa realidad tan diferente, ante esa pared libre a su altura, dispuesta a dejarse pintar.

Elegían sus colores, aquellos que más les gustaban, y compartían su paleta con alegría y entusiasmo. Apenas pensaban, y ya en unos pocos segundos, brotaba su alegría. Rayajos por aquí, trazos por allá, algún círculo, pétalos y letras. Cada manita escogía su rincón y a veces, hasta se atrevían a invadir los espacios, a unir líneas, a juntar tramos, a rellenar esquinas.

Iban llamando a los amigos, invitándoles a esta fiesta sin igual, donde el entretenimiento derivaba de la libertad de escoger, de la genialidad de elegir, de la majestuosidad de crecer.

Unos pedían pinceles finos para realizar trazos precisos. Los mas pequeños usaban sus manos, con sus cinco deditos. Y los peques diferentes, los que presentan discapacidad, usaban pinceles mas grueso para que pasasen mas desapercibidas, sus dificultades con la psicomotricidad fina. Todos transmitían a través de los colores, todos encontraban su lugar en ese puzzle., todos sonreían y a todos se les permitía ser niños por un momento. Nadie veía las diferencias, nadie se fijaba ya en las camisetas, nadie sufría por las caídas.

Nunca pensé que estos momentos pudiesen significar tanto ni fuesen desencadenante de una oleada de solidaridad. Los grandes ayudaban a los peques, los padres ayudaban a los grandes, las madres observaban con calma, los padres se preocupaban por los chorretes…

Erase una vez un pliego de papel, pegado a una pared rugosa. Un pliego lleno de magia, un pliego lleno por todos. Porque juntos, somos el mejor equipo.

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